Francisca Romero nació en 1929 en un puesto paceño, a orillas del río Tunuyán. Desde siempre vivió en el campo y, aunque de niña aprendió sus virtudes y secretos, el desierto también guarda para quien lo recorre alguna maldad y habrá sido eso, la picardía de dos montes que se parecen demasiado hasta confundirse, lo que la llevó el jueves pasado a equivocar el camino y a terminar perdida. De ahí en más fueron tres días con sus noches de vagar en soledad por el desierto, sin comida ni abrigo y con la sola compañía de un perro fiel y del fantasma de su hijo Pancho. "El único miedo que tenía era que me cazara el león, con perro y todo", le contó a Los Andes doña Ramona, como la conocen los vecinos del pueblo, "pero también me sentía segura porque entre los algarrobos se me aparecía el espíritu de mi hijo Pancho".
En todo ese tiempo, a Ramona la buscaron más de 50 personas, baqueanos, policías y perros de rastreo incluidos, hasta que el sábado al mediodía la encontró José, otro de sus hijos, camino a Pirquitas, casi 20 kilómetros en dirección a Desaguadero, muy lejos de donde se había perdido.
Ramona tiene 84 años y el espíritu curtido que deja el haber sabido criar a diez hijos en la soledad de un puesto paceño. A la edad en que algunos no se pueden el alma, Ramona monta en burro, carnea, amasa, corta leña y camina los kilómetros que haya que andar. Enviudó hace más de 40 años y desde entonces apechuga la vida sin quejarse. "No sabe leer ni escribir, pero tiene un carácter fuerte. Además, es dura como un roble y yo digo que tiene una mitad de sangre criolla y la otra mitad indígena", dice Adriana, una de sus hijas que, en medio de la búsqueda, nunca perdió la esperanza de encontrar a su mamá con vida.
El jueves pasado, doña Ramona había estado almorzando en la casa de una sobrina, en el pueblo de La Paz y a eso de las cuatro de la tarde decidió ir hasta el campo, al puesto en el que ahora vive su hijo Ramón, un camino de casi 8 kilómetros que la mujer, a sus 84 años, recorre sin mayor problema.
En todo ese tiempo, a Ramona la buscaron más de 50 personas, baqueanos, policías y perros de rastreo incluidos, hasta que el sábado al mediodía la encontró José, otro de sus hijos, camino a Pirquitas, casi 20 kilómetros en dirección a Desaguadero, muy lejos de donde se había perdido.
Ramona tiene 84 años y el espíritu curtido que deja el haber sabido criar a diez hijos en la soledad de un puesto paceño. A la edad en que algunos no se pueden el alma, Ramona monta en burro, carnea, amasa, corta leña y camina los kilómetros que haya que andar. Enviudó hace más de 40 años y desde entonces apechuga la vida sin quejarse. "No sabe leer ni escribir, pero tiene un carácter fuerte. Además, es dura como un roble y yo digo que tiene una mitad de sangre criolla y la otra mitad indígena", dice Adriana, una de sus hijas que, en medio de la búsqueda, nunca perdió la esperanza de encontrar a su mamá con vida.
El jueves pasado, doña Ramona había estado almorzando en la casa de una sobrina, en el pueblo de La Paz y a eso de las cuatro de la tarde decidió ir hasta el campo, al puesto en el que ahora vive su hijo Ramón, un camino de casi 8 kilómetros que la mujer, a sus 84 años, recorre sin mayor problema.
"No quise pasar por el monte del tren y decidí cortar camino por una huella pero, mire qué zonza, en algún momento me desorienté y, de a poquito, se me fue haciendo la noche y yo allí, en medio de los montes sin ninguna casa ni nada", recuerda Ramona, que de pronto se vio perdida, sin comida ni agua y con la poca ropa que traía encima como abrigo. "Sepa muchacho que de noche, el monte cambia y tiene otra cara, más fulera", resume.
- ¿Y entonces qué hizo?
- Y al principio sólo caminar buscando el rumbo, pero al rato empecé a darme cuenta de que a veces pasaba por el mismo lugar y entonces me quedé quietita, al reparo de una gruta abierta en la tierra y con el choco de compañía durmiendo a los pies.
Olga Ortubia, sobrina de doña Romero, cuenta que esa tarde del jueves costó darse cuenta de que Ramona se había perdido, "porque cuando vimos que no llegaba al puesto de José pensamos que podría haber ido a lo de algún otro hijo. Al final, pusimos la denuncia, pero no en La Paz, porque no había fiscal, sino que hubo que ir hasta Santa Rosa".
Sentada en una silla de totora, Ramona cuenta que no tenía nada para comer y que sólo pudo robar unas gotas de agua al rocío. "La garúa finita que viene con el Lucero ¿vio? Eso humedece la arena y entonces hay que apoyar la mano y después chupar lo poquito que juntan los dedos".
- ¿Y no comió nada?
- Nada, fíjese que el Niñito (así se llama su perro) me cazó un quirquincho y me lo trajo, pero la macana es que yo no tenía un solo fósforo para hacer un fuego y no me lo pude comer.
Hace poco más de un año, doña Ramona perdió a uno de sus hijos, el Pancho, que se le murió en los brazos mientras cenaban. La mujer recuerda el asunto y se emociona hasta las lágrimas por primera vez: "El Pancho estuvo conmigo en el monte. Cada tanto se me arrimaba entre los algarrobos y me sonreía. Habrá sido para darme fuerzas que lo hizo, el pobrecito".
A Ramona la buscaron por muchas partes y así rastrillaron los campos de Donaire, Romero, Rodan y Sotana, una zona de más de 30 kilómetros cuadrados de puro monte. "Ya pensaba que no me iban a encontrar y ni fuerzas para pararme tenía", dice y agrega: "Al final tuve suerte y me encontró mi hijo José".
Ramona fue llevada al hospital Illia, de La Paz, donde le diagnosticaron una leve deshidratación. "Mi abuela es como los gatos; tiene siete vidas", asegura Enrique, uno de sus nietos, mientras la ayuda a ponerse de pie. "¿Quiere que le diga algo? En mi vida es la tercera vez que me pierdo en el campo. Ojalá que no haya una cuarta porque seguro que ésa va a ser la vencida", cierra la mujer y sonríe.
Fuente: losandes.com.ar
- ¿Y entonces qué hizo?
- Y al principio sólo caminar buscando el rumbo, pero al rato empecé a darme cuenta de que a veces pasaba por el mismo lugar y entonces me quedé quietita, al reparo de una gruta abierta en la tierra y con el choco de compañía durmiendo a los pies.
Olga Ortubia, sobrina de doña Romero, cuenta que esa tarde del jueves costó darse cuenta de que Ramona se había perdido, "porque cuando vimos que no llegaba al puesto de José pensamos que podría haber ido a lo de algún otro hijo. Al final, pusimos la denuncia, pero no en La Paz, porque no había fiscal, sino que hubo que ir hasta Santa Rosa".
Sentada en una silla de totora, Ramona cuenta que no tenía nada para comer y que sólo pudo robar unas gotas de agua al rocío. "La garúa finita que viene con el Lucero ¿vio? Eso humedece la arena y entonces hay que apoyar la mano y después chupar lo poquito que juntan los dedos".
- ¿Y no comió nada?
- Nada, fíjese que el Niñito (así se llama su perro) me cazó un quirquincho y me lo trajo, pero la macana es que yo no tenía un solo fósforo para hacer un fuego y no me lo pude comer.
Hace poco más de un año, doña Ramona perdió a uno de sus hijos, el Pancho, que se le murió en los brazos mientras cenaban. La mujer recuerda el asunto y se emociona hasta las lágrimas por primera vez: "El Pancho estuvo conmigo en el monte. Cada tanto se me arrimaba entre los algarrobos y me sonreía. Habrá sido para darme fuerzas que lo hizo, el pobrecito".
A Ramona la buscaron por muchas partes y así rastrillaron los campos de Donaire, Romero, Rodan y Sotana, una zona de más de 30 kilómetros cuadrados de puro monte. "Ya pensaba que no me iban a encontrar y ni fuerzas para pararme tenía", dice y agrega: "Al final tuve suerte y me encontró mi hijo José".
Ramona fue llevada al hospital Illia, de La Paz, donde le diagnosticaron una leve deshidratación. "Mi abuela es como los gatos; tiene siete vidas", asegura Enrique, uno de sus nietos, mientras la ayuda a ponerse de pie. "¿Quiere que le diga algo? En mi vida es la tercera vez que me pierdo en el campo. Ojalá que no haya una cuarta porque seguro que ésa va a ser la vencida", cierra la mujer y sonríe.
Fuente: losandes.com.ar
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