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viernes, 4 de enero de 2013

Ofreció una niña a tribu caníbal para poder contemplar cómo se la comían

A lo largo de la historia, han existido seres humanos capaces de llevar a cabo los actos más repugnantes con tal de satisfacer sus deseos. Una de estas personas fue el aventurero James S Jameson, cuya abominable historia descubrimos en el blog «República Insólita».

Todo ocurrió en 1888, cuando Jameson, heredero de conocida firma irlandesa de whisky, se encontraba en lo que hoy es la República Democrática del Congo al frente de la Rear Column, un destacamento militar que formaba parte de una expedición comandada por el explorador Henry Morton Stanley bajo las órdenes del Rey Leopoldo I de Bélgica.
Según narran las crónicas, Jameson se había desplazado a Ribakiba, un enclave a la orilla el río Luluaba, para aprovisionarse de porteadores junto a Assad Farran, un sirio con conocimientos de suahili que hacía de intérprete, y un mercader de esclavos llamado Tippu Tip.Mientras realizaba sus negocios, tuvo la idea de comprar un ser humano y ofrecerlo a una tribu caníbal para saciar su curiosidad de verlo en acción. Para ello, adquirió una niña de diez años por diez pañuelos y envió a Farran a ofrecérsela a los caníbales con el mensaje de que se trataba de “un regalo del hombre blanco, que desea verla devorada”. 

La escena descrita por Farran es atroz. La niña, amarrada a un árbol, pedía ayuda y clemencia con los ojos, hasta que dos tajos le rajaron el vientre. Murió desangrada con los intestinos colgando. Tras ello, la despedazaron, cocinaron y comieron.
Mientras todo eso ocurre, Jameson se dedicaba a dibujar seis bocetos del sangriento espectáculo, que más tarde convertiría en otras tantas acuarelas. Aunque Jameson falleció poco después de este episodio, víctima de unas fiebres, la denuncia que había presentado el traductor desembocó en un juicio celebrado dos años más tarde y que tuvo reflejo en las páginas del “New York Times”. En él se enfrentaron la viuda de Jameson, dispuesta a limpiar el nombre de su esposo y el propio Stanley, que deseaba que se impartiera justicia para que su nombre no quedara asociado al de su infame compañero de expedición.

Fuente: ABC.es

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