Un millón por una copia de Leonardo. El 28 de noviembre, Christie’s recaudó 1.062.000 euros en una subasta digital por una versión del siglo XVII del Salvator Mundi. La tabla estaba valorada entre 10.000 y 15.000 euros, pero a lo largo de los diez días que estuvieron abiertas las pujas subió hasta los 850.000 euros por los que se remató. Las tasas redondearon la cifra hasta convertirla en millonaria.
Esta pieza se suma a la tendencia –agravada desde el Salvator Mundi de los 450 millones– de resultados excepcionales por réplicas de obras de Leonardo. El ejemplo más cercado es la copia de La Mona Lisa del siglo XVII vendida por 1,7 millones de dólares en Sotheby’s en 2019 (se había valorado entre 80.000 y 120.000 dólares).
Estas piezas no suelen tener relación con el maestro más allá de ser imitaciones. Sin embargo, los compradores han estado dispuestos a desembolsar por ellas cantidades desmesuradas (teniendo en cuenta las cifras más modestas del mercado de arte antiguo en comparación con el contemporáneo).
Cuando en una venta se multiplica por 100 la valoración de una pieza, comienzan las hipótesis sobre qué se le ha escapado a la casa de subastas. Una posible razón para el súbito interés por la tabla podría ser el estudio presentado hace un par de semanas por Martin Clayton, director de la sección de estampas y dibujos del Royal Collection Trust, que publicó Artnews.
En él se considera la posibilidad de que Leonardo crease una segunda versión del Salvator con modificaciones respecto al de Abu Dabi. Clayton se basa en la existencia de dos dibujos preparatorios de Leonardo custodiados en Windsor en los que difiere la manga del brazo derecho de Cristo.
El que ha adjudicado Christie’s se corresponde con ese supuesto segundo modelo, del que la copia más conocida hasta ahora era la denominada versión Worsley. Si bien esto no aleja al Salvator del millón de euros su condición de copia, lo puede convertir en una pieza más en el puzle de la obra más cara de la historia.
Pero la motivación histórico-artística no es la única que podemos imaginar para este resultado.
Por un lado, está la creciente tendencia –puede que la de mayor impulso– recogida en el artículo de The Art Newspaper titulado ¿Invertiría en arte sin verlo? El texto habla de un producto de inversión que consiste en la creación de bundles o paquetes de obras cuyos propietarios han utilizado como aval para préstamos y luego vender su rentabilidad a terceros.
Según los prestatarios pagan sus intereses, los inversores reciben beneficios “asegurados”. Las piezas en concreto no son reveladas. Se trata de otro paso más en un proceso imparable de bursatilización del sector. No es necesario ver las obras.
Esta es la actitud que se espera más y más de los compradores. Decisiones dirigidas a la rentabilidad. El comprador de este último Salvator Mundi –y los demás pujadores participantes– ¿tiene la idea de enriquecerse revendiendo la pieza? Quizá, pero no hay que pasar por alto que el Salvator es un meme. La obra más cara de la historia contagia su prestigio a cualquier pintura que se le parezca.
¿Es descabellado pensar que su comprador pueda ser alguien en busca de una pieza de conversarión? Sería imposible no hacer algún comentario al respecto si la viésemos colgada de la pared de un salón. Esta compra podría ser más genunina, en cuanto al deseo de verla a diario y exhibirla, que las otras sustentadas en los porcentajes de apreciación.
De hecho, el resto de la cita online en la que se adjudicó transmite una impresión similar. La segunda pieza más cara de la jornada fue Retrato de un gato sobre un cojín rojo de Giovani Reder, vendida en 126.000 euros pero con valoraciones de 2.000 a 3.000 euros. Esta puede tener menos “calidad” intrínseca que otras obras de la misma licitación con estimaciones más elevadas –e invendidas– pero no pasará desapercibida. Lo mismo ocurre con el boceto de academia francesa anónimo del siglo XIX, valorado de 3.500 a 5.500 euros y rematado en 40.320 euros.
Lejos de rehuir este vuelco en las expectativas de qué funciona mejor o peor en una subasta de arte antiguo, quizá habría que abrazar la creación de un nuevo cánon (uno es mejor que ninguno). Héctor San José.
Fuente: arsmagazine
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