Mary Toft, una joven inglesa que -en pleno siglo XVIII- afirmaba haber sido madre de numerosos conejos, fue la musa para el famoso truco de sacar estos animales de un sombrero, ilusión creada por el mago John Henry Anderson.
Fue conocida como "La Mujer Coneja de Godalming", quien creó uno de los escándalos mayúsculos en las comarcas, diarios y publicaciones científicas de la época, registradas incluso en libros de historia de la medicina.
Su caso comenzó en la primavera de 1726, cuando comenzó a tener extrañas experiencias.
Mary tenía 25 años, trabajaba como empleada doméstica y era madre de tres niños. Pero mientras realizaba algunas de sus tareas habituales en el campo, con cinco semanas de embarazo a cuesta, intentó atrapar unos conejos que correteaban cerca. Finalmente no lo logró.
La intención de su frustrada cacería era la satisfacción de uno de los clásicos antojos propios de las embarazadas. En este caso, comer carne de conejo.
El malogrado intento motivó que la mujer soñara durante varias noches con la aparición de conejos.
Pero el hecho llamativo se produjo a los pocos días: la mujer expulsó de su cuerpo órganos de cerdo. Su esposo, de inmediato llevó las muestras al médico que la asistía en su embarazo. La situación se retiró un par de veces, pero la mujer se recuperó.
Cuando todo parecía haber vuelto a la normalidad, Mar Toft comenzó a eliminar conejos de su cuerpo. Según cuentan las notas de la época, a razón de uno por día. Incluso su propio médico, John Howard, fue testigo e incluso le ayudó a "dar a luz" nueve conejos.
Todos nacieron muertos. Para ser precisos, no eran conejos enteros sino parte de los mismos.
El galeno se vio obligado a consultar a otros médicos. Fue así que dos hombres enviados por el propio rey de inglaterra llegaron en su ayuda: : Nathanael St. Andre, cirujano-anatomista del monarca, y Samuel Molyneux, secretario del Príncipe de Gales.
Mary les explicó a estos hombres que recientemente había abortado involuntariamente, pero que durante su embarazo había deseado intensamente comer carne de conejo. Después de sus intentos fallidos por cazar algunos, comenzó a soñar que tenía conejos sobre su regazo. Luego, vino el nacimiento de los conejos sin vida.
Mary continuó expulsando más conejos e incluso en presencia de los médicos. Los profesionales realizaron pruebas para verificar la realidad del fenómeno, por ejemplo: pusieron en el agua un pedazo de pulmón de uno de los conejos y notaron que flotaba, lo cual era un claro indicio de que el animal debió haber respirado aire antes de su muerte, hecho que no podría haber ocurrido dentro del útero de la mujer. Sorprendentemente, los médicos ignoraron esta evidencia y se inclinaron a pensar que no había fraude y que la mujer realmente había dado a luz a estos animalitos.
El 29 de noviembre Mary fue llevada a Londres. A esa altura de las circunstancias su caso ya se había transformado en un escándalo nacional, por lo tanto fue inevitable que una gran muchedumbre no se diera cita alrededor de la casa donde la alojaron. Como consecuencia, y por razones de seguridad, la Sra. Toft debió permanecer bajo constante supervisión y, como hecho llamativo o no tan llamativo, durante esos períodos la señora dejaba de dar a luz nuevos conejos. Paulatinamente, el caso se fue revelando.
Confesión
Comenzaron a aparecer testigos que afirmaban ser los mismos que le habían proporcionado los conejos al esposo de Mary. Pero ocurrió un hecho que fue determinante, entró en escena un famoso médico de Londres, Sir Richard Manningham, quien amenazó decididamente con llevar a cabo un examen quirúrgico del útero de la joven en nombre de la ciencia. Sus palabras fueron lo suficientemente intimidantes como para que la gran farsante, finalmente, decidiera confesar la verdad.
Mary Toft explicó que -simplemente- había insertado los conejos muertos dentro de su útero cuando nadie la veía, motivada por un deseo de fama y con la esperanza de recibir una pensión por parte del Rey. Rápidamente fue enviada a prisión acusada de fraude, pero así también fue liberada sin proceso judicial alguno.
Por su parte, John Howard y Nathanael St. Andre, los dos cirujanos que más devotamente habían creído en ella y la habían defendido con uñas y dientes, cayeron en un total descrédito y sus carreras quedaron arruinadas.
Como suele ocurrir en muchas historias fraudulentas, a pesar de las evidencias presentadas y confesión de parte, mucha gente siguió creyendo que el caso de Mary Toft fue sido un verdadero milagro.
Fuente: diariouno.com.ar
Fue conocida como "La Mujer Coneja de Godalming", quien creó uno de los escándalos mayúsculos en las comarcas, diarios y publicaciones científicas de la época, registradas incluso en libros de historia de la medicina.
Su caso comenzó en la primavera de 1726, cuando comenzó a tener extrañas experiencias.
Mary tenía 25 años, trabajaba como empleada doméstica y era madre de tres niños. Pero mientras realizaba algunas de sus tareas habituales en el campo, con cinco semanas de embarazo a cuesta, intentó atrapar unos conejos que correteaban cerca. Finalmente no lo logró.
La intención de su frustrada cacería era la satisfacción de uno de los clásicos antojos propios de las embarazadas. En este caso, comer carne de conejo.
El malogrado intento motivó que la mujer soñara durante varias noches con la aparición de conejos.
Pero el hecho llamativo se produjo a los pocos días: la mujer expulsó de su cuerpo órganos de cerdo. Su esposo, de inmediato llevó las muestras al médico que la asistía en su embarazo. La situación se retiró un par de veces, pero la mujer se recuperó.
Cuando todo parecía haber vuelto a la normalidad, Mar Toft comenzó a eliminar conejos de su cuerpo. Según cuentan las notas de la época, a razón de uno por día. Incluso su propio médico, John Howard, fue testigo e incluso le ayudó a "dar a luz" nueve conejos.
Todos nacieron muertos. Para ser precisos, no eran conejos enteros sino parte de los mismos.
El galeno se vio obligado a consultar a otros médicos. Fue así que dos hombres enviados por el propio rey de inglaterra llegaron en su ayuda: : Nathanael St. Andre, cirujano-anatomista del monarca, y Samuel Molyneux, secretario del Príncipe de Gales.
Mary les explicó a estos hombres que recientemente había abortado involuntariamente, pero que durante su embarazo había deseado intensamente comer carne de conejo. Después de sus intentos fallidos por cazar algunos, comenzó a soñar que tenía conejos sobre su regazo. Luego, vino el nacimiento de los conejos sin vida.
Mary continuó expulsando más conejos e incluso en presencia de los médicos. Los profesionales realizaron pruebas para verificar la realidad del fenómeno, por ejemplo: pusieron en el agua un pedazo de pulmón de uno de los conejos y notaron que flotaba, lo cual era un claro indicio de que el animal debió haber respirado aire antes de su muerte, hecho que no podría haber ocurrido dentro del útero de la mujer. Sorprendentemente, los médicos ignoraron esta evidencia y se inclinaron a pensar que no había fraude y que la mujer realmente había dado a luz a estos animalitos.
El 29 de noviembre Mary fue llevada a Londres. A esa altura de las circunstancias su caso ya se había transformado en un escándalo nacional, por lo tanto fue inevitable que una gran muchedumbre no se diera cita alrededor de la casa donde la alojaron. Como consecuencia, y por razones de seguridad, la Sra. Toft debió permanecer bajo constante supervisión y, como hecho llamativo o no tan llamativo, durante esos períodos la señora dejaba de dar a luz nuevos conejos. Paulatinamente, el caso se fue revelando.
Confesión
Comenzaron a aparecer testigos que afirmaban ser los mismos que le habían proporcionado los conejos al esposo de Mary. Pero ocurrió un hecho que fue determinante, entró en escena un famoso médico de Londres, Sir Richard Manningham, quien amenazó decididamente con llevar a cabo un examen quirúrgico del útero de la joven en nombre de la ciencia. Sus palabras fueron lo suficientemente intimidantes como para que la gran farsante, finalmente, decidiera confesar la verdad.
Mary Toft explicó que -simplemente- había insertado los conejos muertos dentro de su útero cuando nadie la veía, motivada por un deseo de fama y con la esperanza de recibir una pensión por parte del Rey. Rápidamente fue enviada a prisión acusada de fraude, pero así también fue liberada sin proceso judicial alguno.
Por su parte, John Howard y Nathanael St. Andre, los dos cirujanos que más devotamente habían creído en ella y la habían defendido con uñas y dientes, cayeron en un total descrédito y sus carreras quedaron arruinadas.
Como suele ocurrir en muchas historias fraudulentas, a pesar de las evidencias presentadas y confesión de parte, mucha gente siguió creyendo que el caso de Mary Toft fue sido un verdadero milagro.
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