"No puedo perdonar a los alemanes los horrores que he visto", cuenta la anciana en las instalaciones de un comité de veteranos en el centro de Moscú.
Setenta años más tarde, Maria Rokhlina todavía recuerda el momento en que el que tenía en las manos "las entrañas palpitantes de un soldado que ni siquiera entendía lo que había pasado".
"Y también los niños aplastados por los tanques... no puedo perdonar eso", relata mientras Rusia celebra la victoria de 1943 en esta batalla decisiva contra la Alemania nazi.
Nacida en una familia de militares en Ucrania, María quería ir a la guerra al igual que sus compañeros de clase el 22 de junio de 1941, el día de la invasión alemana de la Unión Soviética. A los 17 años todos sabían disparar y primeros auxilios. Fue contratada por una unidad de combate como enfermera.
En julio de 1942, herida en la cara por el estallido de un obús, Maria es trasladada a un hospital cerca de Stalingrado, la ciudad a orillas del Volga contra la que el Ejército alemán lanza una ofensiva.
Setenta años más tarde, Maria Rokhlina todavía recuerda el momento en que el que tenía en las manos "las entrañas palpitantes de un soldado que ni siquiera entendía lo que había pasado".
"Y también los niños aplastados por los tanques... no puedo perdonar eso", relata mientras Rusia celebra la victoria de 1943 en esta batalla decisiva contra la Alemania nazi.
Nacida en una familia de militares en Ucrania, María quería ir a la guerra al igual que sus compañeros de clase el 22 de junio de 1941, el día de la invasión alemana de la Unión Soviética. A los 17 años todos sabían disparar y primeros auxilios. Fue contratada por una unidad de combate como enfermera.
En julio de 1942, herida en la cara por el estallido de un obús, Maria es trasladada a un hospital cerca de Stalingrado, la ciudad a orillas del Volga contra la que el Ejército alemán lanza una ofensiva.
Stalingrado
En la mañana del 23 de agosto, pocas horas antes del inicio de los bombardeos alemanes, María va a Stalingrado por primera vez con otras dos enfermeras. "La ciudad me pareció bastante fea", recuerda.
Las jóvenes fueron al cine a ver 'El gran vals' y después a merendar a un parque. "De pronto la tierra tembló. Saltamos al agujero más próximo, otras cinco personas saltaron también Sus cuerpos nos salvaron la vida", cuenta.
Ese día la aviación nazi lanzó sobre Stalingrado con 1.000 toneladas de bombas. A partir de septiembre, los combates se desarrollan en las calles, incluso en los inmuebles. "Los alemanes estaban muy cerca, a menudo combatíamos en el mismo edificio", recuerda María. "Durante las treguas les oíamos reír, gritarnos: 'Russisch, ven a comer con nosotros'. Diez minutos más tarde, se reanudaba el combate".
"Siempre teníamos a Stalin en la cabeza", recuerda. Especialmente su famoso lema: "¡Ni un paso atrás!", cuya aplicación estuvo a cargo de las fuerzas especiales que disparaban a toda persona que retrocedía.
Les decían a los soldados del Ejército Rojo que estaban mejor equipados y alimentados que los nazis. "Eso nos ayudaba, a pesar de que a menudo compartíamos el mismo tazón y la misma cuchara", recuerda Maria Rokhlina.
Para los primeros auxilios María no tenía más que "vendas, yodo y tijeras de podar". "Ellas me ayudaban a cortar los tendones", explica.
La pequeña enfermera de 40 kilos tuvo que cumplir otras misiones. Un día, con otra enfermera, tuvo que arrastrar por el Volga helado a un oficial gravemente herido, atado a unos esquís.
El hielo era inestable, nevaba y las balas silbaban alrededor. Los tres, las dos mujeres y el oficial, lloraban.
"Pesaba tanto... lloraba de impotencia y de miedo a fracasar en mi misión", recuerda. Ese invierno Stalingrado estaba a 30 bajo cero.
A finales de enero de 1943, en las ruinas de una fábrica, el frío era tan intenso que, desfallecida, se arrebujó contra los cadáveres de alemanes aún calientes para sobrevivir.
"Había cuatro cuerpos, me tumbé debajo de ellos y me dormí, sentí que me iba", cuenta.
A María también la dieron por muerta. Fue recogida junto a los demás cadáveres pero una convulsión percibida por un sanitario le salvó la vida.
El 2 de febrero de 1943 el Ejército alemán del general Paulus, rodeado por los soviéticos, se rinde.
"Sobreviví", asegura simplemente la anciana de 89 años, "no maté a ningún alemán, pero tampoco curé a ninguno".
Las jóvenes fueron al cine a ver 'El gran vals' y después a merendar a un parque. "De pronto la tierra tembló. Saltamos al agujero más próximo, otras cinco personas saltaron también Sus cuerpos nos salvaron la vida", cuenta.
Ese día la aviación nazi lanzó sobre Stalingrado con 1.000 toneladas de bombas. A partir de septiembre, los combates se desarrollan en las calles, incluso en los inmuebles. "Los alemanes estaban muy cerca, a menudo combatíamos en el mismo edificio", recuerda María. "Durante las treguas les oíamos reír, gritarnos: 'Russisch, ven a comer con nosotros'. Diez minutos más tarde, se reanudaba el combate".
"Siempre teníamos a Stalin en la cabeza", recuerda. Especialmente su famoso lema: "¡Ni un paso atrás!", cuya aplicación estuvo a cargo de las fuerzas especiales que disparaban a toda persona que retrocedía.
Les decían a los soldados del Ejército Rojo que estaban mejor equipados y alimentados que los nazis. "Eso nos ayudaba, a pesar de que a menudo compartíamos el mismo tazón y la misma cuchara", recuerda Maria Rokhlina.
Para los primeros auxilios María no tenía más que "vendas, yodo y tijeras de podar". "Ellas me ayudaban a cortar los tendones", explica.
La pequeña enfermera de 40 kilos tuvo que cumplir otras misiones. Un día, con otra enfermera, tuvo que arrastrar por el Volga helado a un oficial gravemente herido, atado a unos esquís.
El hielo era inestable, nevaba y las balas silbaban alrededor. Los tres, las dos mujeres y el oficial, lloraban.
"Pesaba tanto... lloraba de impotencia y de miedo a fracasar en mi misión", recuerda. Ese invierno Stalingrado estaba a 30 bajo cero.
A finales de enero de 1943, en las ruinas de una fábrica, el frío era tan intenso que, desfallecida, se arrebujó contra los cadáveres de alemanes aún calientes para sobrevivir.
"Había cuatro cuerpos, me tumbé debajo de ellos y me dormí, sentí que me iba", cuenta.
A María también la dieron por muerta. Fue recogida junto a los demás cadáveres pero una convulsión percibida por un sanitario le salvó la vida.
El 2 de febrero de 1943 el Ejército alemán del general Paulus, rodeado por los soviéticos, se rinde.
"Sobreviví", asegura simplemente la anciana de 89 años, "no maté a ningún alemán, pero tampoco curé a ninguno".
Fuente: elmundo.es
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