lunes, 3 de diciembre de 2012

El niño que hizo llorar a los 300 invitados en la boda de sus padres

Siempre hay en las bodas un porcentaje de invitados que no puede dejar de llorar. 


En el caso del enlace entre Joe y Fiona Harris-Beard, que tuvo lugar hace poco menos de dos semanas, ese número se extendió a todos y cada uno de los 300 invitados que llenaban la iglesia de St Mary en Kidderminster (Worcestershire, Inglaterra). 

Todos y cada uno de los allegados a la pareja que presenció la boda lloró a la vez al principio de la ceremonia de 45 minutos.
El motivo apenas levantaba un par de palmos de suelo. Era el padrino de la pareja: su hijo pequeño, Charlie Harris-Beard, de dos años. El que llevó los anillos a sus padres subido a un coche diminuto, un Audi azul, manejado por control remoto. El que provocó que la boda se adelantara porque los médicos habían dicho que solo le quedaban semanas de vida.
El pequeño Charlie padece un caso grave de leucemia, una enfermedad terminal que tardará muy poco en poner fin a su vida. Ya le fue diagnosticada en Semana Santa del año pasado y se supone que la había derrotado en enero de 2012, tras un durísimo trasplante de médula ósea en el que se le inyectaron unas células madres procedentes del cordón umbilical de un recién nacido estadounidense.
Sin embargo, hace tres semanas, los padres descubrieron que, a su pesar, la enfermedad había vuelto. Empeñados en que su hijo no solo les viera casándose sino que actuara de padrino, adelantaron la boda varios meses para celebrarla el 20 de noviembre.
Quizá fue lo mejor que podía haber hecho. La presencia de Charlie iluminó lo que debería haber sido, en el mejor de los casos, un enlace anodino. Sonrió mientras posaba, foto tras foto, con los invitados, conscientes de que, con toda probabilidad, sería la última vez que lo verían. Estuvo animado pese a su enfermedad, convirtiendo lo que de primeras se planteaba como un asunto agridulce cuanto menos en una celebración de la vida y del presente.

"Esta es una boda única. Ha tenido lugar todo lo rápido que se ha podido y solo ha sido posible porque la gente ha querido dejarlo todo para estar aquí", resumía, maravillado, el canónigo Owain Bell, que había casado a los padres. "La aparición de Charlie con su cochecito fue increíble. La gente va a celebrar esas fotografías para siempre. Ha habido mucho amor y mucha alegría hoy en esta iglesia".
La familia sabe que el cáncer de Charlie no tiene cura pero no por ello han dejado de luchar. Su padre, Joe, no cesa de jurar que hará todo lo posible por salvar a su hijo: "Esperamos y rezamos para que alguien, en algún lado, pueda hacer algo por Charlie", explicó antes de la ceremonia.
"Es una posibilidad entre un millón pero intentamos luchar por seguir adelante y ver qué se puede hacer. Descubrir que el cáncer había vuelto fue devastador pero no podemos rendirnos. Vamos a ponerle tantas sonrisas en la cara como sea posible".
¿Ha servido de algo tanta lucha? Ahora se puede decir con rotundidad que sí. El cáncer sigue siendo, por desgracia, incurable. Pero la familia ha recibido una impagable inyección de esperanza: dos días después de la boda se le permitió acceder a un tratamiento experimental en el hospital infantil de Birmingham. El tratamiento, que comenzará en navidades, no fulminará el cáncer pero lo ralentizará.
Mientras, Charlie seguirá haciendo lo que ha hecho hasta ahora. Lo que mejor sabe hacer. Será un niño. "Cada mañana se despierta y lo primero que me dice es, 'Papi, ¿puedo montarme en el coche?' Solo quiere jugar", relata Joe.
"Tiene un cáncer muy raro en niños y ya ha recibido toda la quimioterapia que le darían a un adulto. Ha emocionado el corazón de muchas personas. Sonríe todo el rato, aún cuando está sufriendo. Es increíble de ver".

Fuente: Daily Mail / The Sun

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